De lo innumerable

Felices por desnudos quienes transitan la alegre pobreza de lo innumerable. No es una promesa, es que no caben de otra forma en las enormes cosechas de cáscaras. No hay respuesta posible a la vida que nunca aparenta un emerger o una caída y que aún distribuye sus caracteres esperando un rizo de humo o un corazón, como quien suple los terremotos con una repentina deriva continental de los cuerpos. Verse a sí mismo como un ejemplo del cosmos y una mecánica antinatural entre quien pregunta al cielo pintado a dos dedos por debajo de nuestras alturas. Nosotros decidimos las constantes: como frente al trigal, el viento es un animal extenso y proporciona ritmo a lo que, de otra forma, sería individuo por su rareza y sólo multiplicidad por nuestros límites en hacer cuentas. Quien ha aprendido a ver en masa ha de levantar una deidad sin rostro, cómo pesa sin no fuera por el ritmo que no acaba con el singular, sino que lo aúpa a otro cuerpo que puede ser contemplado. Como remedio se entiende que trabajemos al viento, cada cual a su soplo, infertilidad del que no ha de saber sumarse sin aportar cualidad. A los trigales y a los bosques y al oleaje y a las estaciones, conócelos como a tus posibilidades, germen de un lugar común donde resguardarse de los cambios, incluso cuando marchan. Para aprender uno ha de estar solo, sobre todo si se colabora ya que sólo se compone en soledad. Como la tierra y el estiércol o el manto de lluvias cercanas que ennegrecen a los terrones y despabilan a las yemas de los árboles, o la grapa del futuro sobre el otro que resguarda, con dos piezas de una nuez, a las multitudes de dos haciendo una sorda solitud.

Quizá así se miren  los campos sembrados de cizañas donde cada uno dibuja sus parábolas. Intimidades que no colaboraron, que han de cerrarse como una flor en mitad de la noche más caliente del verano. No he venido aquí para aprender de nadie, sino para apreciar el incendio, canta altisonante nuestra nigua. Hay, también quien demanda campos bucólicos de nada y que se van al cambio de luz  artificial y que se estrechan cuando se estiran los brazos en el bostezo. Entonces la voz es del lenguaje y la promesa de su tono, el latido y el paisaje en el centro del pecho. Sumamos infortunio a lo que simplemente era así, aquí y siempre.  Ya que no hay camino, tomaremos los surcos que las riadas han dejado y si podemos encontrar a alguien, supongo, que con él también haremos pobreza y esperanza.

Imagen cedida por </a href="http://www.cinziagiovanettoni.com/">Cinzia Giovanettoni</a>.

Imagen cedida por Cinzia Giovanettoni.

Olmeda de las Fuentes

      A lo largo del camino tres faldas majestuosas, blancas, se asoman por entre la cebada. Lejos se escucha el viento que ondea a la espiga seca y que se va acercando más rápido que el sonido de las cigarras. Las faldas  se dan la vuelta y descubro varios estambres que se reflejan en lo blanco como líneas de expresión.Ya casi llega el viento… Las pequeñas piedras del camino se agitan y las hormigas se detienen buscando estabilidad. Un pájaro se acompasa con la cigarra y yo me siento sobre una piedra a esperar de nuevo al viento. Esta vez tengo enfrente a algunos árboles que también esperan con paciencia un poco de aire que los balancee. Desde aquí la ola del viento es más fuerte, retumba en las copas, parece que las arrastra y, sin embargo, llega a mí y se bifurca endeble, susurrante…

    ¡Qué alegría tanta compañía!mi pelo se mueve como una hierba más del camino y el sol está a punto de llegar al centro del día. Estoy segura de que si me esfuerzo puedo apartar algunas piedras y undir mis manos en esa tierra arcillosa, tocar hacia dentro ese silencio que me envuelve.

   Ya no hay más camino, pero mis pasos continúan. Qué placer convertirse en viento y hacer sonar a la cebada. Abro mis brazos y veo mi sombra a la izquierda que suavemente abraza la densidad amarilla.

Pan nuestro

"Paisaje cenital" imagen cedida por <a href=http://sigfredoharo.blogspot.com.es/>Sigfredo Haro</a>.

«Paisaje cenital» imagen cedida por Sigfredo Haro.

Hambre. Quizá a uno se le ocurra con ella unir. Por sí misma, no es útil, no dice más que una ausencia. Pero unida a la esperanza es de los hombres que antes de conocerla se nos considera muertos, futuros de otro cuerpo más extenso, pero ausente. Se llega a él deletreando no admitas, no cumplas, díte sí a partes, acepta de la fruta sólo la peladura y del gajo sólo el color. Pero el hambre percibe de la pulpa el comienzo del sentido, lo impredecible como constancia. Mira que la felicidad no viene de fuera, mira que el exterior ha de ser uno.

No nos resignamos a perseverar y a crecer. Lo volátil será un entretenimiento, hasta que los cuerpos a los que quedamos unidos se pierdan a un lado del camino, como semillas entre la grava. Hombres… dejemos a los hombres ser una vida. Caminemos orgullosos y firmes en el interior expuesto: lo liviano agranda.

No hay más promesa, ni sensación menos austera que abandonar el peso al peso, la aflicción al momento que aún no llega. Corazón pendiente, fórmate de las presencias y haznos tomar la vista que de nosotros esperamos. Vistos sin vergüenza, decisión y esfuerzo, pan de cada uno. Mira a los demás sabiendo que el hambre es compartida y lo adquirido es cuerpo, disfrute, amor que se entrega y lo que te pertenece cambia como tú y pese a ti.

Como el amor promete mil años y en un momento se cumplen, estaremos pendientes de la eternidad. Ese momento cuesta amasarlo y que suba y cruja y rasgue. Pero, para entonces, estaremos vivos y, una vez en la vida, la muerte no se teme.

Tributo al fuego

Hazme presente, hazme medida del fuego, luz de cuerpos que palpitaban y nos distraían del arder. Ellos han sido el intento de la llama en las cenizas y del resplandor que nos alza sin nosotros. En él, otro elemento nos vive su interior. Si luché no pude restarle nada. Suya es la luz y lo que de mí queda es su añoranza.

Imagen cedida por <a href=http://www.balancindeblancos.com/> Balancín de Blancos</a>.

Imagen cedida por Balancín de Blancos.

Tras él, mi cuerpo ha sido el deseo de otro cuerpo, devorantes los dos, incapaces de detenerse en lo inexistente. No hay otra trascendencia que la que nace de la opacidad de la carne. Esta que vive en las figuras que tú has dibujado en mi piel, tu trazo es una puerta que ha estado siempre abierta y mi temor, la llave de un tránsito sin cerradura. Tú, carne mía, en ti he sido el acierto del tiempo y el error de un encuentro inexacto. Ahora lo sé: mientras ardí, si fui duda, fue para equivocarme. El resto ha sido caminar en la profundidad donde todo es claro, menos el sentido. Allá se encuentra uno como el goce y el hallazgo. Quizá el tributo del deseo que en circunstancias nos prohibimos sea dolerse antes del aquietamiento, como si ardiésemos por no ser prendidos.

Sin embargo, satisfechos, la respiración nos contiene y este suspenderse señala al cuerpo y lo que él cruza. Familiar, siervo indómito, nuestro pequeño reducto de identificaciones, cómo apareciste así de desnudo y tan infiel. Había quedado abolido el prevenir y un óbolo debajo de tu lengua bastó a las urgencias y no a la llama. Entiérrame con este amor en el paladar, si es que a los muertos aún nos quedan amores pendientes.